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Tras la innovación genuina

Al entrar en Google con “innovación” y “empresa”, acabo de obtener más de once millones de resultados, y encuentro ya, entre los diez primeros, algunos textos míos: deben estar ahí por antigüedad. Sí, hace tiempo que, para aprender, leo y escribo sobre este tema, y últimamente vengo estudiando casos aleccionadores de innovación empresarial. Ya en los años 90, me pareció que los cursos tradicionales de creatividad no estaban contribuyendo suficientemente a impulsar la innovación en la empresa, y quise estudiar cómo surge, cómo aparece la novedad en las empresas más innovadoras.

Las sesiones de brainstorming a que yo asistía venían pareciéndome demasiado festivas, y la técnica Metaplan, que resultaba seguramente más efectiva, se orientaba, en mi opinión y sobre todo, a la toma de decisiones colectivas, a pensar en equipo. Me llamó la atención, por cierto y por entonces, que la filosofía del método TRIZ, que desarrollara Genrich Altshuller en la URSS, no estuviera más difundida en las empresas. Además, aunque había sin duda que impulsar el pensamiento divergente o lateral, me pareció que también debíamos nutrir el pensamiento conceptual, analítico, sistémico, conectivo, inferencial, sintético, crítico, abstractivo…, por no hablar del cultivo de la intuición genuina. Decía Russell Ackoff que no necesitamos tanto pensar en mejores soluciones, como pensar mejor en los problemas.

No pretendía yo hacer grandes descubrimientos en mi estudio, pero sí quería llegar a síntesis y abstracciones propias con cierto fundamento, es decir, aprender: hay mucho que aprender. Pronto di con autores que ya ofrecían resultados valiosos, y me dispuse a sumar experiencias y conclusiones, mientras me documentaba en Internet y consultaba asimismo algunos libros recopilados. Distinguía yo entre autores-gurús y autores (como W. S. Humphrey o J. S. Rydz) que relataban sus experiencias como ejecutivos de empresas innovadoras.

En realidad, mi inquietud por la innovación comenzó con mi desempeño laboral, al incorporarme en 1972 al Centro de Investigación de International Telephone & Telegraph (ITT) en Madrid, y se reforzó con la llegada de la Sociedad de la Información y lo que a mí me parecía su álter ego, la economía del saber y el innovar. De modo que he estado relativamente atento a lo que decían los expertos, y debo confesar que algunos no me han convencido; de hecho y por ejemplo, creo que dividir el mundo empresarial en líderes y seguidores conlleva el riesgo de que los supuestos seguidores inhiban capital humano y, por tanto, inteligencia y creatividad.

Tras esta isagoge, sintonicémonos. Al hablar de innovación, como de creatividad, de inteligencia, de capital humano, de competencia o de calidad, no todos tenemos lo mismo en la cabeza; no siempre damos los mismos significados a estos y otros significantes. Pero, en beneficio de la productividad y la competitividad, deberíamos profundizar en el concepto de innovación, y llegar a su significado más útil en la economía actual; deberíamos hacer un despliegue del concepto a lo largo de diferentes ejes y, quizá, convenir un lenguaje común en lo relacionado con su génesis, su impacto, su naturaleza…

En principio, innovar sería dar un salto cuántico; algo más que materializar la mejora continua, o incorporar nuevas tecnologías y prácticas emergentes. Apuntaría a métodos, productos y servicios, pero no sólo a eso. Se asociaría a la creatividad, pero llegaría más lejos. Podría exigir la existencia de áreas formales de I+D, o simplemente una cultura ad hoc que catalizara la expresión del capital humano. La innovación constituiría más un proceso que un suceso, pero cada iniciativa habría de analizarse con perspectiva sistémica y amplitud de miras, enfocando bien las expectativas y necesidades de clientes/usuarios tradicionales y potenciales. Recuerdo que escuché a Jonas Ridderstrale advertir de que no se trataba de imitar a los mejores, sino de ser únicos como empresa.

Sin duda hemos de obtener el mejor provecho de las tecnologías de la información y la comunicación (como ya lo hicieran, en su tiempo y por ejemplo, la RCA de David Sarnoff, o Diebold con R. Koontz), pero no toda la tecnología es TIC, ni toda la innovación es tecnológica. La renovación tecnológica es necesaria en las empresas como lo es la mejora continua, pero innovar es ciertamente algo más, y cabría aquí recordar casos aleccionadores, recientes y no tan recientes, como Zara, Velcro, McDonald´s, o Helena Rubinstein, o como los plásticos, la compra con carrito, el Walkman o el tren de levitación magnética, en cuya génesis no aparecía la informática.

A veces (véase Kotelnikov), la innovación apunta también al funcionamiento o la cultura de la organización, y aquí señalaríamos a la Chrysler de R. Eaton, a los laboratorios Eisai de H. Naito, o a la cadena hotelera Ritz-Carlton tras la llegada de H. Schulze, por aludir a diferentes sectores. Pero lo que más me impactó años atrás fue la presencia de la casualidad en muchos avances, tanto en el mundo científico como en el empresarial. Se trataba de descubrimientos (rayos X, teflón, silicio negro, horno de microondas, pegamento de cianoacrilato, algunos edulcorantes y fármacos…) que seguramente no habrían surgido de otro modo, y por eso me parece que hay todavía mucho por descubrir, ya nos guiemos por casualidades o por causalidades.

No me extenderé mucho más, aunque el tema lo merezca: expertos hay que lo hacen. Quería justamente subrayar el papel, en la génesis de la innovación, de elementos tales como:

El capital humano, si superamos la sinonimia con el término “recursos humanos”, y catalizamos la expresión de aquél en las empresas.

La casualidad, en conjunción con mentes atentas y receptivas, tal como sugieren tantos descubrimientos “serendipitosos”.

El pensamiento conectivo, que permite trasladar algunas soluciones a otros problemas, como subrayaba F. Johansson en The Medici Effect.

La perspectiva sistémica, para adelantarse a necesidades y expectativas del mercado, y asegurar el acierto.

La intuición genuina, para facilitar, en las decisiones, el aprovechamiento de todo el saber a que no podemos acceder de modo racional.

La evolución de los valores, costumbres, hábitos, etc., de la sociedad, incluidos los cambios en las leyes, en la demografía y en la economía.

El lector sancionará el valor de estas reflexiones. Obviamente la lista podría alargarse, y desde luego el avance técnico en diferentes áreas y sectores facilita la llegada de numerosas novedades valiosas al mercado; pero yo deseaba subrayar elementos como los anteriores, que quizá merecen mayor atención de nuestra parte. Tal vez las empresas habrían de desplegar o cultivar culturas funcionales (Ekvall, Robinson & Stern…) que facilitaran un aprovechamiento más intenso y enfocado del capital humano bien entendido.

En verdad, se piensa poco en las empresas, y quizá todavía se escuche aquello de que “no te pago para pensar”; pero es que tampoco directivos y ejecutivos se otorgan suficientes momentos de concentración y reflexión, me temo. La intuición, por cierto, suele emerger después de pensar mucho las cosas, cuando la razón no ha resuelto y el reto está profundamente asumido. Para terminar, les recuerdo que no nos quedemos en la innovación tecnológica: nos perderíamos posibilidades muy valiosas.



http://informacionyventascac.blogspot.com/2010/02/tras-la-innovacion-genuina.html

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