lunes

El valor de investigar

Hay un modo de abordar el mundo que, desde un paradigma cientificista, escoge un método concreto previamente al contacto con la realidad. Este modo de abordaje de la realidad presupone la oportunidad de que el método sea en la forma racional- argumentativa, logocéntrica, que problematiza y justifica conclusiones dadas, pero sin problematizarse a sí mismo. Antes de este operar en el mundo, cabría un tipo de relación con el mundo no basada tanto en la objetivación y en el binomio moderno- ilustrado sujeto – objeto, sino en la formulación interrogativa más básica, en la relación céntrica y excéntrica al mismo tiempo con el mundo, en el desafiante y salvador situarse dentro y fuera, en la distancia y en el contacto. Se trata de un abordaje en el que el mundo es escuchado, en el que el que aborda escucha y extrae los métodos del propio mundo, al tiempo que desarrolla una suerte de fuerza creadora, básica, sin el corsé de un método previamente establecido. En nuestro tiempo se ha apostado por el dar razones y argumentos (Habermas, Apel), pero sin percatarse de que también esta apuesta debe ser fundada de otro modo. No estoy promoviendo una irracionalidad frente a la racionalidad, sino otro tipo de razón o contacto con la realidad en el que prevalece la pregunta antes que cualquier afirmación. Se trata del ejercicio de una suerte de baile o juego con lo real en el que lo real impone un método pero en el que el estudioso también actúa con un afán creativo y libre. Las dos cosas. Es esta libertad la que funda en realidad la verdadera investigación y la que debería ser cuidada y cultivada en, pongamos por caso, la universidad. La investigación es algo previo al método, quizás un pathos o movimiento (como expresa la palabra discurrir) que va en busca del método que ofrece la propia realidad que ha de investigarse. No pueden, por tanto, establecerse métodos de investigación a priori, tal como expresa y muestra excelentemente el profesor Luis Sáez en su libro Ser errático, un libro difícil pero muy sugerente y, contra lo que los cientificistas puedan pensar de él, lleno de precisión, rigor y autoexigencia. Yo no voy a comentar en detalle toda la riqueza de esta obra, pero sí hago como suelo, es decir, voy a ciertas conclusiones de la misma, a su periferia, para aplicarla a mi trabajo como investigador y pedagogo. De hecho, la realidad educativa en la que se halla involucrada la persona, demanda una pluralidad de métodos si se quiere profundizar en ella. Lo primero que hay que hacer es practicar una freireana escucha de la misma, para con la creatividad y la libertad que debe tener todo investigador, abordarla. La prevalencia de un único método puede cegar para comprenderla en toda su complejidad, y esta prevalencia acaba convirtiéndose en una especie de jaula o anteojera.

El problema de nuestros tiempos en la universidad es que se está apostando por un único estilo o método de abordaje de la realidad, desde un paradigma cientificista-logocéntrico que se impone y que, encima, sirve para excluir a todo lo que se sale del mismo. Esta es una suerte de censura anónima, quizás inconsciente, llena de peligros para la sociedad. De hecho, como expresa el profesor Sáez, se vincula con una judicialización general de la sociedad, una racionalización excluyente que afirma sin escuchar, sin sospechar ni interrogar, con lo que dicha afirmación se acaba convirtiendo en una nada, en un gigante con pies de barro. Hay una red impresionante de procedimientos que regulan el funcionamiento de la sociedad, una asfixiante burocracia que decide y valora sin que ésta pueda ser, a su vez, juzgada. Es un modo eficaz de oponerse a la peligrosa libertad de pensamiento que cada vez va siendo más anulada. El contacto interrogativo, la escucha, la ex – centricidad (el situarse fuera) se van marginando y los verdaderos investigadores en, pongamos por caso, la universidad, se ven excluidos, mientras que quien se acomoda a este ingente leviatán de procedimientos y razones a priori asciende y se instala en ella, pero con el precio de la mutilación del verdadero conocimiento y afán investigador.

Se trata de un operar científicamente sin que las cosas cambien realmente, sin el auténtico y peligroso afán buscador que, paradójicamente, produjo a la ciencia moderna (Galileo, etc.). Hay un encubrimiento generalizado y una fuerte exclusión de los elementos más liberadores y cuestionadores que se oponen a todo esto. El afán normativo, con la excusa del progreso y la evaluación de la investigación, está poniendo trabas, realmente, a la investigación, a la que continuamente dice cómo tiene que discurrir. Qué dinámicas sociales y psicológicas, la mayoría inconscientes y relacionadas con el poder, hay detrás de esto, es algo en lo que no voy a entrar por ahora, por lo menos en este post. Pero seguiremos investigando.



http://educayfilosofa.blogspot.com/2009/11/el-valor-de-pensar.html

1 comentario:

Gregorio Reyes dijo...

Es algo que se necesita considerar para toda la industria de pantalones la cual conozco su funcionamiento.