jueves

Escritor mutante

Mañana de sol en Barrio Parque. Sobre Figueroa Alcorta, una selecta fracción de la gran familia porteña se desgrana una tórrida caravana de automóviles que avanza en busca del ansiado desahogo al aire libre. El MALBA, catedral del arte fino y atildado, reducto de la modernidad que supimos conseguir, es testigo silencioso de una procesión que se repite viernes tras viernes, sábado tras sábado, y termina en los coquetos countries y barrios privados de zona norte. Brilla el museo: casi una esfinge. En sus escaleras, tres parejas de turistas brasileños discuten el itinerario del día mientras en la confitería un vecino caracterizado, bigotes sedosos y pañuelo al cuello, bebe un café humeante y chequea su iphone bajo la atenta mirada de su simpático perro chihuahua.


A pocos metros, en el auditorio, el escritor mexicano-peruano Mario Bellatin acaba de iniciar la primera parte de su Laboratorio. En realidad, se trata de un seminario orientado a público interesado en el proceso creativo y en el debate sobre la posibilidad de enseñar a escribir. Bellatin tiene un currículum que incluye una Beca Guggenheim, un premio literario y muchos libros, entre los que se cuentan Salón de belleza (1994), Jacobo el mutante (2002) y Los fantasmas del masajista (2009). Además trabaja como director de la novedosa Escuela Dinámica de Escritores, donde los aspirantes son tutelados por “Prestigiosos Maestros” que les enseñan diferentes disciplinas vinculadas en forma oblicua con la escritura. Este seminario, el del MALBA, dura cuatro horas, cuesta $ 200 y pertenecer, como siempre, tiene sus privilegios. El primero es escuchar en vivo y en directo el texto Escritores dentro de un circo, donde Bellatin, que es un excelente orador, relata sus performances e intervenciones artísticas a lo largo y a lo ancho del mundo, incorporándolas a su escritura. En ese plan, lee sin interrupciones a lo largo de más de dos horas (tal como hiciera en el FILBA del año pasado), mientras se percibe el bostezo de alguna periodista cultural. Pero la platea, casi todas mujeres, es amable y perseverante. El segundo privilegio, tras un intervalo para el almuerzo, va a consistir en dialogar con el autor, que registrará todo lo ocurrido con una cámara de video y lo integrará a un futuro libro.


¿Pero porqué tanto alboroto? ¿Es Bellatin, a fin de cuentas, el último profeta de la vanguardia? No tanto. Más bien, se trata de un escritor que revindica la invención de procedimientos antes que contenidos, y que intenta cuestionar los sentidos comunes que se organizan en torno a la circulación internacional de lo literario. Sus intervenciones parten de la cuestionable división entre la literatura, entendida como un sistema de textos, y la escritura, pensada como una experiencia individual y casi mística más allá de las derivas del postestructuralismo. La jornada, entonces, va a ser testigo de las ambivalencias en las que lo ubica esta posición. Carismático, Bellatin, Mario para Graciela Goldchuk, su canonizadora en vida y coordinadora del evento, cuenta que los libros son sólo principios, puestas en escrito de espectáculos de realidad (la categoría es del crítico Reinaldo Laddaga), y que sólo le interesan como bastidores para exhibir ciertos procedimientos artísticos orientados, entre otras cosas, a la inducción de un trance en el espectador. Es la escritura quien crea a los escritores, y la utopía de este proyecto, la utopía de Mario, es que los textos se integren a otras manifestaciones artísticas y generen formas de vida novedosas, exploratorias, mixturándose por ejemplo con perros adiestrados o con anuncios de obras de teatro que jamás se estrenarán, donde la frontera entre espectáculo y espectadores se difumine.


Cuando Bellatin dice que “cada quien que tiene ganas de escribir puede realmente ser un escritor… uno tiene que ser obstinado y no proceder de un modo en que se supone lo debe hacer”, o cuando señala que “no tengo nada que decir, y si tuviera que decir algo no lo haría a través de un libro, lo haría de un modo más concreto”, sus palabras son modernizantes. No deja de ser simpática su cruzada contra la escritura clásica, su ironía aristocrática contra el escritor voluntarioso, contra los congresos de la burocracia literaria, y su defensa de la rosca conceptual. De hecho, hace algunos años, el escritor organizó un encuentro de escritores mexicanos en París, y para decepción de los asistentes sólo llevo dobles, de Sergio Pitol, de Margo Glantz, que iban a transportar sus ideas pero no sus cuerpos. Muy original, Mario, ¿pero alcanza con eso? ¿Alcanza con que las relaciones sociales generadas por los libros terminen en otras obras artísticas, en el chiste de los perros belgas, en la mística de los derviches (Bellatin es afecto al sufismo, una secta musulmana)? ¿No nos estaremos perdiendo de algo, Mario, cuando abandonamos la pregunta por lo comunitario más allá del espectáculo para elegidos, y nos conformamos con el placer entendido de los pocos? ¿No hay algo muy jerárquico, Mario, vos que estás en contra de las jerarquías en la escritura, no hay algo muy impostado y despectivo en el hecho de que la obsecuente presencia de tu albacea muestre la desconfianza que tenías en las preguntas que podían hacerte tus lectores? Bellatín, el escritor, tiene la respuesta: “siempre que algo me permite escribir sin escribir, producir escritura de la escritura, es legítimo”.


Lo cierto es que Mario lo hizo: inventó otro procedimiento, no ya vender bonos para publicar su primer libro, fin loable y métodos creativos, sino vender un seminario para alimentar su próximo libro y luego volver a cobrar por ese libro a los que participaron de su espectáculo de realidad. Ambivalencias, decíamos, de un escritor mutante.


Publicado en la sección Culturas del Diario Crítica de la Argentina



http://lamaquiladora.blogspot.com/2009/10/ambivalencias-de-un-escritor-mutante.html

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